Ya desde muy pequeño, cada mañana ponía en práctica lo soñado la
noche anterior, y lo hacía imaginándose torero, arremangándose el pijama hasta
los sobaquillos, mientras con la ropa del colegio daba un par de pases antes de
colocarse cada prenda, será un juego de niños, ya se le pasará, pensaba su
madre.
Mamá yo quiero ser torero, vale tomate la leche que llegas tarde
al colegio, y así comenzaba otro día en su cabecita de maletilla. A pesar de la
inquietud propia de su edad, conseguía abstraerse y permanecer inmóvil ante el
televisor cuando daban toros, y después con un trapo de cocina y ayudado por un
cucharón de palo haciendo las veces de estoque simulado, intentaba imitar lo
que había visto anteriormente en la tele.
Y así fueron pasando los años y fue acrecentándose su afición, en
su afán de querer y no poder, quiso apuntarse a la Escuela de Toreros, ¡ pero
si no tienes la edad!, a el no le importaba e insistía en acudir a las clases,
cuanta ilusión y cuantas ganas, y al fin consiguió su objetivo, comenzó su
andadura en aquella Escuela tan joven como el mismo, por fin pudo torear con
una muleta hecha de un retal y cosida por su abuela, quién lo había visto
tantos días jugando con paños de cocina y delantales.
¡ Queridos reyes magos!
Como quiero ser torero os pido un capote de verdad....., no me
importa si no me traéis la bici, pero el capote....por favor.
Y siguió pasando el tiempo, y siguió con su afición que crecía con
el, y pudo torear, aunque en brazos de su maestro “Juan”, pero al fin cumplió
su sueño. Nunca fue niño de juguetes o videojuegos, el prefería jugar al fútbol
y aprender a torear, le gustaba ir a las plazas cada vez que podía, soñaba con
ir al Puerto de Santa María cada verano, ver la corrida y después correr hasta
las furgonetas de los toreros en busca de una foto y una firma en su capotito.
Buen y fiel amigo, siempre ha seguido de cerca a todos y cada uno
de sus compañeros que se han iniciado en su carrera novilleril, ha sufrido y
disfrutado con ellos, incluso también ha llorado a causa de las cogidas de sus
amigos, ¿ y tu quieres ser torero, le preguntó su madre?, a lo que el contestó,
mamá los toros no te dan besos ni abrazos, los toros dan cornadas.....
Que difícil afición, pero que bonita, siempre ha querido ser
torero, y ya se acerca el momento en el que su edad le permite por fín pisar el
albero de una plaza y poder hacer el paseíllo, solo un día después de cumplir
los catorce y allí estuvo, tranquilo, impasible, adulto, toreó y disfrutó como
si hubiese toreado en la Maestranza.
Papá llámame mañana que hay tentadero, bueno duérmete y descansa.
Y creyó escuchar, en su duermevela, el eco de los aplausos. Y soñó de nuevo con
el olor del albero recién regado, con esa faena cuajada y con la mirada
satisfecha de los aficionados.
Y otra vez imaginaba al toro, al primero de su lote, aquel toro
cuya mirada le transmitía bondad, sentía el palpito del corazón apretándole el
pecho. Y se colocó en el platillo, lo citó de largo aguantándole el primer
viaje para recogerlo de nuevo en la muleta y comenzó el delirio, al final le
arrancó las dos orejas. Y se sentó en la furgoneta, disfrutó con los gestos de
cariño que recibió de sus compañeros y su mozo de espadas, conversó nervioso y
tímido con su maestro, y llegó al hotel, donde otra vez fue aplaudido, y en el
ascensor lo besó su abuelo entusiasmado. Y ahora cansado por el esfuerzo de su
cabecita, se enfrenta al sueño y bosteza, se rasca un granito, un niño al fin,
de sólo catorce años. En la mesilla de noche, una novela “Relato de un
náufrago” y sobre el cabecero un tablón lleno de fotos toreando.
A mi amigo Cristóbal, como muestra de mi amistad y mi cariño, por
todo lo que nos enseña desde su sapiencia, quisiera dedicar este relato, que he
basado en el esfuerzo que ha realizado para hacer un torero, a base de trabajo,
sinsabores y luchando contra la peor cara de la Fiesta.
Gracias amigo por permitirme disfrutar de tu compañía, espero y te
deseo la mejor de las suertes, va por Ti Maestro....
Francisco Javier Páez Gómez
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